Había una vez,
hace tiempo, pero en un tiempo y lugar relativamente cercanos, y parecidos a los
propios, una madre que dio a luz a un par de niñas. Eran gemelas. Gemelas
idénticas, lo que significaba que cada una era estructuralmente, en apariencia,
e internamente, una copia fidedigna de la otra.
Las llamaron
Claudia y Susana. Y a pesar de que físicamente eran iguales, individualmente
eran muy distintas una de la otra, por lo que nunca se llevaron bien. Mientras
Susana parecía tener una afinidad natural por el orden y la disciplina, Claudia
era un desastre inapelable en todo lo relacionado.
Crecieron como
cualquier par de hermanas, con el solo contraste de las diferentes
personalidades que poseían. En la escuela siempre las inscribían juntas, y así
permanecían al menos al inicio de cada nivel escolar, debido a que Claudia por
su temperamento y actitudes siempre era expulsada con una frecuencia que
llegaba a ser casi anual.
Su madre
siempre sufría encontrándole nuevas escuelas a Claudia, donde la aceptaran a pesar
de su horrendo y creciente historial de faltas.
Como las
hermanas nunca congeniaron a causa de sus opuestas personalidades, su
interacción siempre se limitó a lo necesario para coexistir en la misma casa.
Al cumplir 17
años y estando Susana por ingresar a la universidad, ella y su hermana se
encontraban en extremos opuestos. Mientras que Susana era capaz de entrar a la
universidad que quisiera sin problema alguno, Claudia era perseguida por la
cerniente amenaza de reprobar el cuarto semestre por segunda vez.
A esas alturas
de su corta vida, Claudia era un desastre Difícilmente descriptible. En una
silenciosa destrucción de alcohol y drogas. Sin embargo, y muy curiosamente
para su estilo de vida, había tenido un solo novio que conservaba desde los 13
años y que era 5 años mayor que ella. Aquel muchacho
era lo único que le hacía creer que en algo la vida era llevadera y valía la
pena.
En un día de
tantos, Claudia salió con su novio, ignorando los deberes que le habían
ofrecido para no reprobar de nuevo el semestre. Salió a uno de los que ella
llamaba ‘’paseos’’, y que esencialmente eran intensas sesiones de besuqueos y
tocamientos inapropiados en algún parque lo suficientemente alejado de los constantes reproches de sus padres.
Durante un
descanso de su ‘’paseo’’, Claudia le pidió a su novio que la acompañara a uno
de los baños públicos que había en el parque, porque estaba en aquella
temporada del mes en que necesitaba revisar sus artilugios íntimos femeninos.
Al llegar al
baño olvidó por completo que su bolso lo estaba cargando su novio. Antes de
salir a buscar su bolso, tomó un minuto para mirarse al espejo y acomodarse el
cabello. Salió entonces y no pudo ver a su novio. Alzó la mirada y lo encontró
cerca de una banca con teléfono en mano a punto de realizar una llamada.
Se acercó
entonces mientras el chico comenzaba a charlar con quien fuera que había
llamado. A la distancia, Claudia solo escuchaba balbuceos, nada comprensible. Y
para cuando estuvo lo bastante cerca sólo le bastó comprender unas pocas palabras:
<<…estoy con un amigo, pero me muero por verte>>. No tuvo que
escuchar más.
Por primera vez
sintió que algo dentro de ella se desplomaba, un sentimiento solo superado por
el odio y la furia que comenzaban a invadirla.
Tocó el hombro
de quien hasta ese día fue su novio, para hacer que volteara, y cuando lo hizo
le plantó un tremendo puñetazo en el rostro con el que se despidió de él y de
todos esos años que a su lado desperdició en vano.
A partir de ese
día, Claudia comenzó a odiar la forma en la que había destruido su vida, con la
misma fuerza y egoísmo que envidiaba y deseaba tener la vida privilegiada de su
hermana.
Era tanto su
deseo de vivir la vida de Susana que la vigilaba a cada momento. Espiaba sus
llamadas, sus salidas; conocía de memoria su rutina, a sus amigos y hasta a los
chicos que le gustaban y que nadie sabía más que ella.
Sin embargo y a
pesar de su obsesión desmedida por su hermana, Claudia nunca notó que en el
fondo Susana estaba siendo consumida por todo eso. Estaba cansada de tener que
ser siempre perfecta, de tener que complacer a todos con sus logros.
Llegó un día en
que Claudia, después de semanas de añorar descontroladamente vivir la vida de
su hermana, decidió que la asesinaría. Mataría a Susana y se haría pasar por
ella para dejar atrás esa vida de fracaso y decepción que tanto odiaba.
Llegó así el
día planeado. Claudia había escrito una carta declarando un suicidio culpando a
lo que había sucedido con su novio y todo en su decadente vida. También se dejó
el cabello corto, al mismo estilo que Susana.
Era un fin de
semana y sus padres estaban fuera. Susana no saldría porque se preparaba para
sus exámenes finales. Todo era perfecto.
Claudia tomó
una pistola calibre 40mm que su padre guardaba desde hacía años, y llamó a
Susana a su habitación. Hizo todo por conmoverla y hacerla caer en su red. Le
contó entonces lo que había pasado con su novio, y que se había desintoxicado
desde entonces. Esa noche hablaron y se conocieron más de lo que lo hicieron en
toda su vida, y por un breve instante Claudia pensó que no era necesario hacer
lo que planeaba.
Pero Claudia ya
había tomado una decisión. Sacó un vestido que era igual al que ella llevaba
puesto, ofreciéndoselo a Susana en un gesto fraterno para por una vez en la
vida verse como las gemelas que eran. Aunque sus verdaderas intenciones se
disfrazaran detrás de aquella sonrisa llena de odio y ansiedad.
Susana aceptó y
se puso el vestido. Se miraron la una a la otra como el reflejo de un siniestro
espejo. Claudia tuvo de nuevo la sensación de que algo se desplomaba en su
interior, y vio la única oportunidad que tendría en la vida de abandonar su
desdicha. Sacó el arma y miró de frente a su hermana quien ahora comenzaba a
entender de qué se trataba lo que sucedía.
Claudia alzó el
arma lentamente en camino al rostro de Susana, para quien en esos momentos el
tiempo transcurría lenta y trágicamente. Durante esos instantes sintió que le
agradecía a su hermana profundamente por librarla de todas las presiones que la
embargaban.
Y reaccionó.
Susana tomó la pistola por el cañón y comenzó un forcejeo entre ambas que las tiró al suelo. Se movían
tan rápido que era imposible distinguir a una de la otra. Había golpes, tirones
de cabello, rasguños, pero ni una sola palabra. Hasta que el inexorable rugido
del Revolver calibre 40mm terminó con la
lucha.
Solo una se
puso en pie. Era Susana. Durante el forcejeo, el cañón de la pistola había
terminado contra el cuello de Claudia al
momento que se accionó el gatillo. Claudia estaba muerta.
Susana no tardó
mucho en encontrar la carta que su hermana había escrito y darse cuenta en lo
que consistía su plan.
Se dio cuenta
que era su oportunidad de abandonar su embrollosa vida repleta de expectativas
que ni siquiera le pertenecían.
Se movió
rápidamente. Escribió la carta de nuevo para que ella fuera la que quería
fingir un suicidio y cometer un asesinato, cosa que ya había hecho. Le sacó a
Claudia el vestido y le puso uno de ella. Llamó a la policía y les contó exactamente lo que había sucedido:
su hermana había tratado de asesinarla, solo que su hermana ahora se había
convertido en Susana, tal y como lo había deseado con tanto anhelo.
Después de
revisar la escena, un detective se llevó a Susana, que ahora representaba
oficialmente a Claudia, a la estación de policía. Lucía verdaderamente
perturbada y fuera de sí a pesar de su gran lucidez.
Lo que nunca
supo Susana antes de hacerse pasar por su hermana muerta, era que Claudia
odiaba tanto a su novio, que lo había asesinado dos días atrás, dejando pruebas
irrefutables de que ella había cometido el crimen. De cualquier forma, para
cuando lo descubrieran ella ya se habría suicidado teóricamente, y no tendría
de qué preocuparse.
El detective la
puso bajo arresto debido a que las pruebas eran inapelables, y porque ahora era
sospechosa principal e innegable de un segundo crimen.
¿Le hubiese
servido de algo decir ahora que Claudia era quien había muerto?
¿Quién le
hubiese creído?
--¿Por qué,
Claudia? –pensó Susana.
--¿Por qué
mataste a tu novio? ¿Por qué mataste a tu hermana? –Preguntó el detective.
Escrito por: Armando Martínez.