martes, 8 de abril de 2014

Dos Rosas Marchitas.



Había una vez, hace tiempo, pero en un tiempo y lugar relativamente cercanos, y parecidos a los propios, una madre que dio a luz a un par de niñas. Eran gemelas. Gemelas idénticas, lo que significaba que cada una era estructuralmente, en apariencia, e internamente, una copia fidedigna de la otra.

Las llamaron Claudia y Susana. Y a pesar de que físicamente eran iguales, individualmente eran muy distintas una de la otra, por lo que nunca se llevaron bien. Mientras Susana parecía tener una afinidad natural por el orden y la disciplina, Claudia era un desastre inapelable en todo lo relacionado.


Crecieron como cualquier par de hermanas, con el solo contraste de las diferentes personalidades que poseían. En la escuela siempre las inscribían juntas, y así permanecían al menos al inicio de cada nivel escolar, debido a que Claudia por su temperamento y actitudes siempre era expulsada con una frecuencia que llegaba a ser casi anual.

Su madre siempre sufría encontrándole nuevas escuelas a Claudia, donde la aceptaran a pesar de su horrendo y creciente historial de faltas.

Como las hermanas nunca congeniaron a causa de sus opuestas personalidades, su interacción siempre se limitó a lo necesario para coexistir en la misma casa.

Al cumplir 17 años y estando Susana por ingresar a la universidad, ella y su hermana se encontraban en extremos opuestos. Mientras que Susana era capaz de entrar a la universidad que quisiera sin problema alguno, Claudia era perseguida por la cerniente amenaza de reprobar el cuarto semestre por segunda vez.

A esas alturas de su corta vida, Claudia era un desastre Difícilmente descriptible. En una silenciosa destrucción de alcohol y drogas. Sin embargo, y muy curiosamente para su estilo de vida, había tenido un solo novio que conservaba desde los 13 años y que era 5 años mayor que ella. Aquel muchacho era lo único que le hacía creer que en algo la vida era llevadera y valía la pena.

En un día de tantos, Claudia salió con su novio, ignorando los deberes que le habían ofrecido para no reprobar de nuevo el semestre. Salió a uno de los que ella llamaba ‘’paseos’’, y que esencialmente eran intensas sesiones de besuqueos y tocamientos inapropiados en algún parque lo suficientemente alejado  de los constantes reproches de sus padres.

Durante un descanso de su ‘’paseo’’, Claudia le pidió a su novio que la acompañara a uno de los baños públicos que había en el parque, porque estaba en aquella temporada del mes en que necesitaba revisar sus artilugios íntimos femeninos.

Al llegar al baño olvidó por completo que su bolso lo estaba cargando su novio. Antes de salir a buscar su bolso, tomó un minuto para mirarse al espejo y acomodarse el cabello. Salió entonces y no pudo ver a su novio. Alzó la mirada y lo encontró cerca de una banca con teléfono en mano a punto de realizar una llamada.

Se acercó entonces mientras el chico comenzaba a charlar con quien fuera que había llamado. A la distancia, Claudia solo escuchaba balbuceos, nada comprensible. Y para cuando estuvo lo bastante cerca sólo le bastó comprender unas pocas palabras: <<…estoy con un amigo, pero me muero por verte>>. No tuvo que escuchar más.

Por primera vez sintió que algo dentro de ella se desplomaba, un sentimiento solo superado por el odio y la furia que comenzaban a invadirla.

Tocó el hombro de quien hasta ese día fue su novio, para hacer que volteara, y cuando lo hizo le plantó un tremendo puñetazo en el rostro con el que se despidió de él y de todos esos años que a su lado desperdició en vano.

A partir de ese día, Claudia comenzó a odiar la forma en la que había destruido su vida, con la misma fuerza y egoísmo que envidiaba y deseaba tener la vida privilegiada de su hermana.
Era tanto su deseo de vivir la vida de Susana que la vigilaba a cada momento. Espiaba sus llamadas, sus salidas; conocía de memoria su rutina, a sus amigos y hasta a los chicos que le gustaban y que nadie sabía más que ella.

Sin embargo y a pesar de su obsesión desmedida por su hermana, Claudia nunca notó que en el fondo Susana estaba siendo consumida por todo eso. Estaba cansada de tener que ser siempre perfecta, de tener que complacer a todos con sus logros.

Llegó un día en que Claudia, después de semanas de añorar descontroladamente vivir la vida de su hermana, decidió que la asesinaría. Mataría a Susana y se haría pasar por ella para dejar atrás esa vida de fracaso y decepción que tanto odiaba.
Llegó así el día planeado. Claudia había escrito una carta declarando un suicidio culpando a lo que había sucedido con su novio y todo en su decadente vida. También se dejó el cabello corto, al mismo estilo que Susana.

Era un fin de semana y sus padres estaban fuera. Susana no saldría porque se preparaba para sus exámenes finales. Todo era perfecto.

Claudia tomó una pistola calibre 40mm que su padre guardaba desde hacía años, y llamó a Susana a su habitación. Hizo todo por conmoverla y hacerla caer en su red. Le contó entonces lo que había pasado con su novio, y que se había desintoxicado desde entonces. Esa noche hablaron y se conocieron más de lo que lo hicieron en toda su vida, y por un breve instante Claudia pensó que no era necesario hacer lo que planeaba.

Pero Claudia ya había tomado una decisión. Sacó un vestido que era igual al que ella llevaba puesto, ofreciéndoselo a Susana en un gesto fraterno para por una vez en la vida verse como las gemelas que eran. Aunque sus verdaderas intenciones se disfrazaran detrás de aquella sonrisa llena de odio y ansiedad.

Susana aceptó y se puso el vestido. Se miraron la una a la otra como el reflejo de un siniestro espejo. Claudia tuvo de nuevo la sensación de que algo se desplomaba en su interior, y vio la única oportunidad que tendría en la vida de abandonar su desdicha. Sacó el arma y miró de frente a su hermana quien ahora comenzaba a entender de qué se trataba lo que sucedía.

Claudia alzó el arma lentamente en camino al rostro de Susana, para quien en esos momentos el tiempo transcurría lenta y trágicamente. Durante esos instantes sintió que le agradecía a su hermana profundamente por librarla de todas las presiones que la embargaban.

Y reaccionó. Susana tomó la pistola por el cañón y comenzó un forcejeo  entre ambas que las tiró al suelo. Se movían tan rápido que era imposible distinguir a una de la otra. Había golpes, tirones de cabello, rasguños, pero ni una sola palabra. Hasta que el inexorable rugido del Revolver calibre 40mm  terminó con la lucha.

Solo una se puso en pie. Era Susana. Durante el forcejeo, el cañón de la pistola había terminado  contra el cuello de Claudia al momento que se accionó el gatillo. Claudia estaba muerta.
Susana no tardó mucho en encontrar la carta que su hermana había escrito y darse cuenta en lo que consistía su plan.

Se dio cuenta que era su oportunidad de abandonar su embrollosa vida repleta de expectativas que ni siquiera le pertenecían.
Se movió rápidamente. Escribió la carta de nuevo para que ella fuera la que quería fingir un suicidio y cometer un asesinato, cosa que ya había hecho. Le sacó a Claudia el vestido y le puso uno de ella. Llamó a la policía  y les contó exactamente lo que había sucedido: su hermana había tratado de asesinarla, solo que su hermana ahora se había convertido en Susana, tal y como lo había deseado con tanto anhelo.

Después de revisar la escena, un detective se llevó a Susana, que ahora representaba oficialmente a Claudia, a la estación de policía. Lucía verdaderamente perturbada y fuera de sí a pesar de su gran lucidez.

Lo que nunca supo Susana antes de hacerse pasar por su hermana muerta, era que Claudia odiaba tanto a su novio, que lo había asesinado dos días atrás, dejando pruebas irrefutables de que ella había cometido el crimen. De cualquier forma, para cuando lo descubrieran ella ya se habría suicidado teóricamente, y no tendría de qué preocuparse.

El detective la puso bajo arresto debido a que las pruebas eran inapelables, y porque ahora era sospechosa principal e innegable de un segundo crimen.

¿Le hubiese servido de algo decir ahora que Claudia era quien había muerto?

¿Quién le hubiese creído?

--¿Por qué, Claudia? –pensó Susana.
--¿Por qué mataste a tu novio? ¿Por qué mataste a tu hermana? –Preguntó el detective.






Escrito por: Armando Martínez.