No llores por mí,
pues no seré yo. No seré yo por quien llores y habrás de notarlo. Que yo no lo
merezco.
Llora por la sonrisa que
iluminaba tu rostro, por esa luz en tu mirada que tan lejos te llevaba, tanto
como tus propios sueños cuya estructura no debió cambiar nunca: por nada, por
nadie; tan lejos te llevaba, volviendo todo esplendoroso al regresar. Hazlo por
esa sensación de no existir el tiempo, esa que permaneció junto a los
recuerdos, y por él hazlo, por el mismo tiempo olvidado en las memorias.
Y no, no fue así. Nunca hiciste
algo mal, de modo que no seré yo. ¿Culparías al sol por extrañar la noche
estrellada? ¿Reclamarías a esa sutil brisa el calor que arrebató de tu cuerpo?
No. Porque ni en mi más egoísta precepción me adjudicaría tus lágrimas. No lo
hagas más, por favor.
Llora por los anhelos sosegados
en tu jardín, por las calles desoladas en tu mente, de las que yo fui el
asesino. Llora por el cielo, que por ser el mismo pareciera no serlo ya.
Y por último, sonríe, por favor.
Pues como hubiese sido, permanecí en tus recuerdos más anhelados que te hacen
regresar a tus adolescencias. Mas no llores por mí, pues no seré yo, sino todo
aquello que te he arrebatado, todo lo que te hará falta. Lo que a voluntad
decidiste glorificar y perfectamente podrías reemplazar.
No
llores por mí. No seré yo pues, habría arruinado todo lo que hoy tiene sentido
para ti.
Escrito por: Armando Martínez.