Cayetano Santos Godino, también conocido como el petiso
Orejudo, fue el primer asesino serial del que se supo en Argentina, a escasos
inicios del siglo XX. Sin embargo Santos Godino no sería recordado solo por ese
hecho histórico, sino por la crueldad y el sadismo de sus crímenes y su fatal y
terrible desenlace con el asesinato de Jesualdo Giordano en Diciembre de 1912,
provocando con ello, el descuido e indiscreción su captura a los pocos días.
Nació en Buenos Aires en 1896, hijo de Fiore Godino y Lucía
Ruffo, inmigrantes italianos. La infancia de Cayetano transcurrió vagando en la
calle, haciéndose de malas costumbres, siendo expulsado de incontables escuelas
y mostrando su sociopatía desde muy temprana edad.
Su primer víctima fue un niño llamado Miguel de Paoli en
1904, teniendo Cayetano apenas 7 años cumplidos y el pobre niño blanco de sus
impulsos psicópatas poco menos de dos años. Cayetano Golpeó a Miguel, y luego
lo arrojó a una zanja llena de espinas. Por suerte un policía pasaba en el
momento y se llevó a ambos a la comisaría.
Y así comenzó la carrera criminal de Cayetano Santos Godino,
siendo apenas un niño. En 1905 trató de asesinar a una niña dándole con una
piedra repetidas veces en la cabeza, pero sus intentos fueron fallidos
nuevamente. Hasta que en el año de 1906 cometió su primer asesinato, a expensas
de la vida de una pequeña niña de año y medio cuyo cuerpo jamás fue encontrado,
y del que solo se sabría hasta 6 años después cuando Godino fuese capturado y
confesado sus crímenes. La niña habría sido estrangulada sin conseguir matarla,
y luego enterrada viva, en un lugar que para cuando Cayetano había revelado su
ubicación, ya había sido edificada una construcción.
En el mismo año que Cayetano asesinó a la pequeña niña, que
hasta hoy solo se especula que era una niña reportada extraviada de nombre
María Rosa Fase, su padre lo llevó a la comisaría, indignado por haber
encontrado animales pequeños muertos y torturados debajo de la cama de
Cayetano. Fiore Godino, exhausto de no poder controlar a su hijo, pidió que se
le recluyera para darle una lección, petición que fue aceptada y le encerraron
2 meces en la cárcel con tan solo 9 años.
Dos años después, en 1909, Cayetano atacó diferidamente a
dos niños varones de año y medio, a los cuales les causó heridas de gravedad, e
incluso hospitalización a uno que trató de ahogar en una pila de agua.
Fue en 1912, teniendo Cayetano ya 16 años, que desató su
última serie de crímenes, cometidos contra 6 niños con edades entre los 3 y los
13 años, de los cuales 3 murieron.
El Primero fue también el primer muerto. Se llamaba Arturo
Laurora, de 13 años. Fue golpeado y estrangulado, y se le encontró muerto y
semidesnudo en una casa abandonada. Como muchos de los Crímenes de Godino, no
se supo de su autoría hasta que él mismo confesara sin inmutación alguna ni
arrepentimiento.
La siguiente en Morir fue una niña de 5 años a la que
Cayetano le prendió fuego a su vestido. La niña murió de graves quemaduras dos
semanas después. Y como siempre, nadie supo del autor.
El día que Cayetano pondría por última vez las manos sobre
un indefenso niño, sería el 3 de diciembre de 1912. El pequeño se llamaba
Jesualdo Giordano, y tenía escasos 3 años. Cayetano lo había visto jugando en
la calle con una pequeña, a la que intentó abordar al principio. Al negarse la
niña a ir con Cayetano, tomo a Jesualdo de la mano y le dijo que le compraría
dulces.
Serían los últimos dulces que Jesualdo probaría. Después de
cumplir con lo prometido, Cayetano condujo a Jesualdo a un terreno en
construcción, donde solían tirar láminas y basura. Ahí arrojó al pequeño contra
un recodo de la pared que había en el lugar. Primero lo golpeó, pero Jesualdo
resistía. Después se sacó el lazo que usaba como sostén para sus pantalones y
le rodeó varias veces con él el cuello. Después de intentos frustrados por
asesinarlo y no conseguirlo, le ató los pies y las manos con trozos del mismo
lazo y comenzó a golpearle fuertemente la cara hasta dejarle prácticamente
muerto. Pero cuando se disponía a irse, se le cruzó una idea por la cabeza, del
mismo irónico y literal modo que haría con Jesualdo: Le atravesaría el cráneo
con un clavo para asegurarse que estaba muerto.
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Cuerpo de Jesualdo Giordano. |
Al salir del baldío, se encontró con el padre de Jesualdo,
que ya lo buscaba frenéticamente. El señor escasamente podía articular palabra
y solo se entendía el nombre de su hijo. Cayetano, con su inconmovible corazón,
negó haberlo visto, y le dio indicaciones que solo esperaban perderlo más. Al
girarse para volver, encontró un puñado de clavos oxidados, y tomó uno de cuatro pulgadas. Lo que subsecuentemente
pasó, es una macabra historia. Después de atravesarle lacabeza de lado a lado
con el clavo, ayudado de una piedra cual martillo, cubrió el cuerpo con un par
de láminas de zinc y se fue a casa de su hermana a cenar.
Después de ser ignorado en la estación de policía, el padre
volvió al lugar donde encontró a Godino, y entro al terreno baldío,
encontrándose con el cadáver de su hijo bajo las láminas de Zinc.
Las indagaciones comenzaron de inmediato, y no se revelaron
públicamente los detalles del asesinato, lo que eventualmente llevaría a la
detención de Godino por su indiscreción en el velatorio del niño, donde se
pasó, descaradamente, y manipuló la cabeza de Jesualdo en busca del clavo que
le había incrustado.
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Santos Godino en la cárcel. |
Cayetano Fue juzgado, y encarcelado prácticamente de por
vida, ya que fue en la misma prisión que murió a manos de sus compañeros
convictos en noviembre de 1944.
Cayetano santos Godino causaba tanto temor al pueblo
argentino, que en una ocación le practicaron una cirugía para reducir el tamaño
de sus orejas, pensando que su maldad provenía de ellas.
Sin embargo y por razones lógicas nada cambió, y Cayetano
buscó su propia muerte al asesinar a su última víctima: un gato que con el que
los presos estaban encariñados.
Cayetano murió por una hemorragia interna, presumiblemente
por los golpes que le propinaron los presos después de su último acto. Y se
llevó consigo el recuerdo de toda la maldad, que pudo no haber sido más que la
incomprensión y el desconsuelo que siempre reinaron en su vida por esas grandes
orejas a las que todos les temían.
Redacción: Armando Martínez