jueves, 17 de abril de 2014

Cayetano Santos Godino, el petiso orejudo.



 
Cayetano Santos Godino, también conocido como el petiso Orejudo, fue el primer asesino serial del que se supo en Argentina, a escasos inicios del siglo XX. Sin embargo Santos Godino no sería recordado solo por ese hecho histórico, sino por la crueldad y el sadismo de sus crímenes y su fatal y terrible desenlace con el asesinato de Jesualdo Giordano en Diciembre de 1912, provocando con ello, el descuido e indiscreción su captura a los pocos días.

 Nació en Buenos Aires en 1896, hijo de Fiore Godino y Lucía Ruffo, inmigrantes italianos. La infancia de Cayetano transcurrió vagando en la calle, haciéndose de malas costumbres, siendo expulsado de incontables escuelas y mostrando su sociopatía desde muy temprana edad.


Su primer víctima fue un niño llamado Miguel de Paoli en 1904, teniendo Cayetano apenas 7 años cumplidos y el pobre niño blanco de sus impulsos psicópatas poco menos de dos años. Cayetano Golpeó a Miguel, y luego lo arrojó a una zanja llena de espinas. Por suerte un policía pasaba en el momento y se llevó a ambos a la comisaría.

Y así comenzó la carrera criminal de Cayetano Santos Godino, siendo apenas un niño. En 1905 trató de asesinar a una niña dándole con una piedra repetidas veces en la cabeza, pero sus intentos fueron fallidos nuevamente. Hasta que en el año de 1906 cometió su primer asesinato, a expensas de la vida de una pequeña niña de año y medio cuyo cuerpo jamás fue encontrado, y del que solo se sabría hasta 6 años después cuando Godino fuese capturado y confesado sus crímenes. La niña habría sido estrangulada sin conseguir matarla, y luego enterrada viva, en un lugar que para cuando Cayetano había revelado su ubicación, ya había sido edificada una construcción.



En el mismo año que Cayetano asesinó a la pequeña niña, que hasta hoy solo se especula que era una niña reportada extraviada de nombre María Rosa Fase, su padre lo llevó a la comisaría, indignado por haber encontrado animales pequeños muertos y torturados debajo de la cama de Cayetano. Fiore Godino, exhausto de no poder controlar a su hijo, pidió que se le recluyera para darle una lección, petición que fue aceptada y le encerraron 2 meces en la cárcel con tan solo 9 años.

Dos años después, en 1909, Cayetano atacó diferidamente a dos niños varones de año y medio, a los cuales les causó heridas de gravedad, e incluso hospitalización a uno que trató de ahogar en una pila de agua.

Fue en 1912, teniendo Cayetano ya 16 años, que desató su última serie de crímenes, cometidos contra 6 niños con edades entre los 3 y los 13 años, de los cuales 3 murieron.

El Primero fue también el primer muerto. Se llamaba Arturo Laurora, de 13 años. Fue golpeado y estrangulado, y se le encontró muerto y semidesnudo en una casa abandonada. Como muchos de los Crímenes de Godino, no se supo de su autoría hasta que él mismo confesara sin inmutación alguna ni arrepentimiento.



La siguiente en Morir fue una niña de 5 años a la que Cayetano le prendió fuego a su vestido. La niña murió de graves quemaduras dos semanas después. Y como siempre, nadie supo del autor.

El día que Cayetano pondría por última vez las manos sobre un indefenso niño, sería el 3 de diciembre de 1912. El pequeño se llamaba Jesualdo Giordano, y tenía escasos 3 años. Cayetano lo había visto jugando en la calle con una pequeña, a la que intentó abordar al principio. Al negarse la niña a ir con Cayetano, tomo a Jesualdo de la mano y le dijo que le compraría dulces.

Serían los últimos dulces que Jesualdo probaría. Después de cumplir con lo prometido, Cayetano condujo a Jesualdo a un terreno en construcción, donde solían tirar láminas y basura. Ahí arrojó al pequeño contra un recodo de la pared que había en el lugar. Primero lo golpeó, pero Jesualdo resistía. Después se sacó el lazo que usaba como sostén para sus pantalones y le rodeó varias veces con él el cuello. Después de intentos frustrados por asesinarlo y no conseguirlo, le ató los pies y las manos con trozos del mismo lazo y comenzó a golpearle fuertemente la cara hasta dejarle prácticamente muerto. Pero cuando se disponía a irse, se le cruzó una idea por la cabeza, del mismo irónico y literal modo que haría con Jesualdo: Le atravesaría el cráneo con un clavo para asegurarse que estaba muerto.

Cuerpo de Jesualdo Giordano.


Al salir del baldío, se encontró con el padre de Jesualdo, que ya lo buscaba frenéticamente. El señor escasamente podía articular palabra y solo se entendía el nombre de su hijo. Cayetano, con su inconmovible corazón, negó haberlo visto, y le dio indicaciones que solo esperaban perderlo más. Al girarse para volver, encontró un puñado de clavos oxidados, y tomó uno de  cuatro pulgadas. Lo que subsecuentemente pasó, es una macabra historia. Después de atravesarle lacabeza de lado a lado con el clavo, ayudado de una piedra cual martillo, cubrió el cuerpo con un par de láminas de zinc y se fue a casa de su hermana a cenar.

Después de ser ignorado en la estación de policía, el padre volvió al lugar donde encontró a Godino, y entro al terreno baldío, encontrándose con el cadáver de su hijo bajo las láminas de Zinc.
Las indagaciones comenzaron de inmediato, y no se revelaron públicamente los detalles del asesinato, lo que eventualmente llevaría a la detención de Godino por su indiscreción en el velatorio del niño, donde se pasó, descaradamente, y manipuló la cabeza de Jesualdo en busca del clavo que le había incrustado.

Santos Godino en la cárcel.



Cayetano Fue juzgado, y encarcelado prácticamente de por vida, ya que fue en la misma prisión que murió a manos de sus compañeros convictos en noviembre de 1944.

Cayetano santos Godino causaba tanto temor al pueblo argentino, que en una ocación le practicaron una cirugía para reducir el tamaño de sus orejas, pensando que su maldad provenía de ellas.
Sin embargo y por razones lógicas nada cambió, y Cayetano buscó su propia muerte al asesinar a su última víctima: un gato que con el que los presos estaban encariñados.

Cayetano murió por una hemorragia interna, presumiblemente por los golpes que le propinaron los presos después de su último acto. Y se llevó consigo el recuerdo de toda la maldad, que pudo no haber sido más que la incomprensión y el desconsuelo que siempre reinaron en su vida por esas grandes orejas a las que todos les temían.




Redacción: Armando Martínez