Mientras
dormíamos mi esposa y yo, el uno junto al otro, escuché algo dar un golpe en el
piso de abajo. Escucho más atentamente… Nada. Mi esposa me palmea en la espalda
y me besa la mejilla.
Los
zorros debieron tirar el cesto. Le dije, y le susurré que volviera a dormir.
Me sentía
muy incómodo esa noche, como si algo estuviera fuera de lugar. Sin embargo no
pude notar qué era. Dándome por vencido,
volví a dormir,
Un ruido
fuerte. Me levanto rápidamente, casi cayendo. Salgo de la cama y busco mis palos
de golf. Alguien debía estar allí, a menos que un zorro se hubiese metido.
Mientras me acerco lentamente a la puerta del dormitorio, mi esposa me toma del
brazo, murmurando algo. Le digo que vuelva a dormir, que todo estaba bien. Creo que un zorro se ha metido, le dije. Ella
me besa de nuevo en la mejilla y se mete de vuelta en la cama.
La puerta
trasera está abierta de par en par, azotando contra la pared. Cuando me acerco
a cerrarla, me doy cuenta que la puerta del cobertizo también está abierta y se
mueve con el aire. Qué extraño, no he entrado en meses.
Mi
cobertizo es un poco grande. Una de las razones por las que he querido
deshacerme de él. Adentro hay paquetes de comida, carne enlatada y un viejo y
sucio colchón. Caigo sobre mis rodillas. Mi boca es incapaz de articular una
sola palabra.
Observo
el cadáver que yace sobre el colchón. Mi cuerpo y mente se entumecen. No puedo
gritar ni llorar. Todo lo que puedo hacer es mirarla; mi amor, mi esposa.
Rasgado en la superficie de la madera junto a su cuerpo está escrito “Tu cama
es más cálida que la mía”.
(Traducción y adaptación: Armando Martínez).